Nuevos ricos, nuevos pobres.


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En verdad las estadísticas oficiales no revelan la realidad económica de la población argentina.  Los números oficiales hablan para este año de un 18% de población por debajo del índice de pobreza. Instituciones no gubernamentales elevan la cifra actual al 30%. Las políticas económicas han destruído a la clase media, por lo tanto el país ofrece hoy dos estadios: los ricos y los pobres. La mayoría de la población no accede a una vivienda propia, ni a créditos acorde a sus necesidades. Si hace uso de los servicios del estado, tanto como educación, seguridad, justicia y sanidad, la respuesta puede ser variable, pero nunca uniforme. Nos sorprendemos por los nuevos ricos, la opulencia que despierta el bienestar de algunos pocos, pero no notamos el crecimiento desmesurado de la miseria.

 Y es precisamente esa miseria la que se hereda de padres a hijos. Se calcula que en nuestro país hay más de 4 millones y medio de chicos menores de 14 años pobres, de los cuales la mitad son absolutamente indigentes. Dificilmente el horizonte nos libere de ser pobres.

No estoy de acuerdo con las posturas conformistas de la pobreza, con el discurso que dice que cuando menos poseemos, más podemos dar, o la dignidad de ser pobre. La pobreza no enaltece, al contrario, retrasa cualquier desarrollo personal o comunitario. La pobreza quita expectativas de vida y agrieta cualquier sociedad.

Cuando los funcionarios deslumbran con sus discursos sobre el desarrollo que logran  sus políticas, promueven la fantasía de que estamos mejor. Dificilmente acepten que somos un país del tercer mundo, con todos sus ingredientes: marginalidad extrema y dirigentes políticos opulentos.

La ciudad donde vivo expone un cambio notable en su nivel de vida impulsado por el dinero que genera el sector agropecuario. Los nuevos ricos, son lo que se beneficiaron con los campos que tenían o que heredaron, pero los nuevos pobres son los que vivían en una clase media hoy desaparecida, con empleos que lejos están del boom sojero.

 La columnista de BBC Mundo Mariana Martínez expuso en un artículo la extinción de la clase media en latinoamérica. Vale la pena el artículo porque es la visión desde un país que políticamente no está alineado al nuestro, y nos ofrece un análisis con verdades que nuestros gobernantes no quieren escuchar.

Adiós a la clase media. 
La clase media en Latinoamérica está en vías de extinción. Millones de latinoamericanos que una década atrás y, sin necesidad de ir tan lejos, hace menos de dos años, eran parte de lo que llamamos la «clase media latinoamericana», hoy forman filas entre las franjas más pobres de la sociedad o incluso viven en la indigencia.


| BBC Mundo | 15/2/2008|23:20hs |

El 15,5% de la población uruguaya está por debajo de la línea de la pobreza. Las crisis económicas, la corrupción de los gobernantes, las «salvadoras» recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI) para salir de la pobreza, la apertura de los mercados sin control, por mencionar sólo algunas, son las responsables directas de este «genocidio».La brecha entre los ricos y los pobres ha existido desde el inicio de la sociedad, tanto en Latinoamérica como cualquier región del mundo, pero hasta el momento, la existencia de la «clase media» -aquellos que no son ni tan ricos ni tan pobres- había servido de colchón para amortiguar las diferencias o, al menos, hacerlas menos «evidentes».Hoy, la diferencia entre los ricos y los pobres se hace más notoria y, lo que es peor aún, no hay ningún indicio de que la «desaparición» de la clase media sea reversible. Todo lo contrario, la creación de una nueva masa de gente denominada «los nuevos pobres» parece haber llegado para quedarse.

Aunque el término «clase media» es muy difícil de definir, los economistas se han encargado de diseñar modelos de clasificación para ayudarnos a «colocar» a cada uno de los latinoamericanos en el escalafón económico social que le corresponde.

Por ejemplo, en Argentina, si una familia de cuatro integrantes recibe en promedio 704 pesos argentinos (unos US$243) en forma de ingresos mensuales, entonces será capaz de afirmar con propiedad (según los que hacen estadísticas) que «no son pobres» ¿pues al menos podrá cubrir las necesidades alimenticias y de servicios básicos- y que por ende, forman parte de la clase media.

Lo mismo ocurre en Perú, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Chile o donde quiera usted investigar, los ingresos determinan quien pertenece a la clase alta, media superior, media baja, baja o muy baja; sin importar lo que usted opine al respecto.

Sin embargo, más allá de los cálculos que puedan hacer los economistas, la gente común, tiene su propia definición. Si le pregunta a cualquier latinoamericano qué es la clase media, sin duda le contestará que es la que engloba a aquellos que no son ni tan ricos como para vivir en la opulencia, ni tan pobres como para tener que recurrir a un comedor público para saciar sus necesidades alimenticias.

Ni tan ricos ni tan pobres

Bajo esa percepción, la mayoría de los latinoamericanos (y seguramente de usted, que está leyendo esta nota) se ubicaba a sí mismo dentro de las filas de la clase media (con la salvedad de países como Bolivia o Perú, donde siempre existieron extremos muy marcados).
Los nuevos pobres son aquellas personas aquellas personas que nunca antes fueron pobres, que poseen características educacionales, sociales o culturales propias de la clase media y que al caer sus ingresos no pueden seguir accediendo a los bienes y servicios a los que estaban acostumbrados: vivienda, salud, educación, cultura.O al menos eso sucedía antes de que se desatara la reciente crisis económica que llegó a ser la peor en la historia en países como Uruguay o Argentina, dónde la clase media siempre ha significado un importante porcentaje del total de la población.

Dentro de la clase media encontrábamos tanto a los intelectuales, los profesores universitarios, los que tenían casa propia y los que no tenían pero podían alquilar, los taxistas, los pequeños comerciantes, los asalariados; en fin, un sin número de personas que compartían un denominador común: no ser ni tan ricos ni tan pobres.

Sin embargo, hoy la historia es otra. La mayoría de los que se consideraban clase media hace un par de años, ahora forman parte de una nueva masa de gente: «los nuevos pobres».

¿Quienes son ellos? El sociólogo argentino, Alberto Minujín, lo define perfectamente: «Los nuevos pobres son aquellas personas que nunca antes fueron pobres, que poseen características educacionales, sociales o culturales propias de la clase media y que al caer sus ingresos no pueden seguir accediendo a los bienes y servicios a los que estaban acostumbrados: vivienda, salud, educación, cultura».

Para que tenga una idea de la velocidad de extinción de la clase media en Latinoamérica, préstele atención a este ejemplo. A mediados de los años 70 en Argentina, cuando la distribución de la riqueza alcanzó el máximo nivel de equidad en el país, el 70% de los consultados en encuestas afirmaban pertenecer a la clase media.

La indigencia se triplicó en Argentina. Tres décadas más tarde, sólo el 25% de los argentinos se considera «clase media». Este pasaje de la clase media a «nuevos pobres» también puede apreciarse en cifras. En el área urbana argentina, los pobres casi se duplicaron entre 1999 y 2002, pasando del 23,7% al 45,4% y la indigencia se multiplicó por 3, subiendo del 6,7% al 20,9%, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

La historia se repite en otros países de Latinoamérica. En Uruguay, la clase media uruguaya rondaba el 65% de la población en la década de los 80, hoy en día, sólo el 45% de la población se considera clase media. Los «nuevos pobres» incrementaron el número de los ya pobres, del 9,4% en 1999 al 15,5% en 2002.

Aunque las cifras son del Cono Sur, donde la clase media siempre ha significado un porcentaje alto del total de la población, es importante tener en mente ejemplos más críticos, como en Bolivia o Perú, donde la clase media comenzó a extinguirse casi desde la época de la conquista o, simplemente, nunca ha existido.

Los «nuevos pobres»

A esta altura se estará preguntando qué fue lo que pasó para que surgieran los «nuevos pobres». No tiene que ir muy lejos para darse cuenta, basta con darle una ojeada a lo que hicieron nuestros gobiernos un par de décadas atrás.

Es más probable que la ‘clase media’ sea exhibida en un museo o colocada en la lista de especies en ‘vía de extinción’ que a algún gobierno es le ocurra una salvadora receta económica que le devuelva a la clase media lo que les han quitado.

Ese fue el primer golpe a la clase media latinoamericana, aunque muchos no se dieron cuenta hasta la década de los 80, cuando la emisión monetaria desenfrenada desató hiperinflación y un buen número de personas pasaron de la noche a la mañana, de tener a no tener nada.

La bonanza de los principios de los noventa sirvió para lograr más acceso al crédito y que muchos pasaran a engrosar nuevamente las filas de la clase media. Sin embargo, la alegría duró poco y con la aplicación de las famosas «reformas estructurales» recomendadas por el FMI (que implicaba menor gasto público, es decir, gastar menos en ecuación, salud, en fin, en el pueblo), la situación empeoró golpeando más que nada a la clase media. Otra vez, los que ni tenían mucho ni tenían poco, despertaron un buen día sin nada.

En países andinos la clase media se extinguió hace muchos años. El último golpe de gracia, lo recibieron en Argentina y Uruguay, con las recientes devaluaciones de sus monedas, donde el desempleo, la inflación y el descalabro macroeconómico se encargaron de borrar lo que quedaba de la clase media. Pero ahí no se terminan los ejemplos.

En Venezuela, una «revolución» dirigida por Hugo Chávez ha dejado pobre a la clase media y más pobre a los pobres, mientras que en Colombia, la guerrilla obligó a la clase media a pagar el precio del secuestro y a buscar refugio en otros territorios.

Hoy, más de 220 millones de personas en Latinoamérica no pueden cubrir sus necesidades básicas (es decir, necesidades de alimentos, salud, vivienda), cifra que se traduce en el 43,4% del total de la población, mientras que los indigentes (los que no tienen nada de nada) ascienden al 18,8%, unos 95 millones de personas.

Y lo peor de todo es que la probabilidad de que la situación cambie en el corto plazo es muy reducida (aunque algunos conocidos organismos internacionales insistan en todo lo contrario).

Por ahora, es más probable que la «clase media» sea exhibida en un museo o colocada en la lista de especies en «vía de extinción» que a algún gobierno se le ocurra una salvadora receta económica que le devuelva a la clase media lo que las malas administraciones (llámelos gobiernos, organismos internacionales, corruptos o como quiera denominarlos) les han quitado.

Argentina es uno de los productores más importantes de alimentos del planeta, y es una sociedad con una estructura preparada para atender las necesidades sociales más urgentes.  Falta la decisión política de revertir en forma efectiva los cinturones de pobreza a partir de políticas educativas, de empleo y de vivienda. No son herramientas válidas el asistencialismo, el punterismo político, la negación de la realidad….

Si, los pobres son el negocio de algunos dirigentes, que no tienen la menor intención de revertirles la situación por la que viven.  Son a veces «carne de cañon» de posturas políticas que ni siquiera comprenden, obligados por un «plan social» a ser partícipes de actos ajenos. Lamentablemente estas maniobras sobre los sectores empobrecidos se han institucionalizado, y su poder sobre las decisiones finales de los gobernantes es cada vez mayor.

Claudio Scabuzzo
La Terminal
Foto: Obra de Antonio Berni, La Manifestación.

3 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Meli dice:

    guasuguasol

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  2. hernan dice:

    que es una basura

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  3. boys dice:

    gallinas vs kagones

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