Che Guevara. Lejos del bronce, detrás del mito.

Un mito es el conjunto del creencias e imágenes idealizadas de una persona que lo transforma en un modelo o prototipo. Con la muerte algunas figuras renacen en mitos. El caso de Ernesto “Che” Guevara corresponde a nuestro tiempo pero su  leyenda supera a su existencia real. Voy hablar del hombre, con errores y aciertos. De alguien que, con sus ideas, buscó un mundo mejor.  Para los rosarinos creer que el Che era uno de los nuestros parece estimularnos, pero su nacimiento fue tan fugaz y confuso. Rosario no participó en la formación de este hombre, pero si en el desarrollo del mito.

Sobre mitos y personas.

Con los mitos nacieron religiones, se establecieron creencias y sistemas políticos. El hombre ha tenido una gran facilidad en dimensionar más allá de la realidad a las figuras trascendentes de su historia y la habilidad de algunos ha permitido que el mito justifique métodos de dominación o de control de la sociedad.

El mito tiene un poder mayor que cualquier ser viviente, es una herramienta que crea conciencia, que trastoca lo real y que genera una referencia obligada. Pocos se animarán a cuestionarlo, porque su imagen creció hasta hacerlo indestructible.

Felipe Pigna indica que:

La imagen del prócer absolutamente ajeno a la realidad es una imagen útil para el discurso del poder porque habla de gente de calidad sobrenatural, de perfección, de pulcritud y de lucidez, virtudes vedadas a los simples mortales.

Es decir que el argumento del ejemplo a imitar, usado como excusa para la exaltación sin límites, en los hechos no existe. Se trata en realidad de la sumisión al personaje. Los ejemplos a imitar deberían provenir de actitudes humanas, de personas falibles, con las mismas debilidades, defectos y virtudes que el resto de los conciudadanos…

El guerrillero rosarino.

El revuelo que vive mi ciudad, Rosario, por la inauguración de un monumento al “Che” por los 80 años de su nacimiento me despierta pensamientos contradictorios. La figura de bronce perpetuará su memoria, para aquellos que recuerdan algo de su historia, de la que le contaron o imagina. Congelará su pasado triunfante, servirá de referencia para algunos y para otros será un adorno para un parque en la ciudad opulenta.

Días previos a la inauguración del monumento, grupos de jóvenes permanecen en 27 de febrero y Laprida con síntomas de devoción mística. Duermen y comen allí, cantan.  Es una vigilia cuasi religiosa resultado del poder del mito. Lo único que falta es que alguno declare un milagro.

¿El “Che” hubiese preferido un monumento allí?. Su historia lo vinculan a los oprimidos y a los excluídos, y nada de eso rodea a la estatua.  Quizás no hubiese aceptado a Rosario como el depósito de su memoria, donde supuestamente nació y vivió pocos meses. A donde nunca volvió.

Fue casual su presencia aquí como en muchos otros lugares. Su familia inició esos traslados constantes que luego Ernestito extendería a Latinoamérica. El nacimiento del que todos hablan es un registro burocrático cuya fecha y lugar pueden no ser exactas.

El “Che” fue adoptado por Rosario como algo propio, con una identidad local que crece con el mito.

Su padre era el propietario de un yerbatal en Caraguatay, Misiones, que había comprado seducido por las promesas del oro verde (la yerba mate). Allí una casa precaria que se accedía en embarcaciones, alojaba a Don Ernesto Guevara y su reciente esposa Celia de la Serna, embarazada. Cuando faltaba unos días para el parto, iniciaron la navegación hacia Buenos Aires, pero no pasan de Rosario. Allí queda registrado el nacimiento, el 14 de junio de 1928 de Ernesto Guevara de la Serna, pero se cree que pudo haber pasado un mes antes, lejos de la ciudad que le levanta el monumento.

A los días de nacido Ernestito sufre una bronconeumonía que obligó a su familia a permanecer en la ciudad, pero al poco tiempo volverían al yerbatal y luego a Buenos Aires. Para Don Ernesto, Rosario no le era ajeno: aquí tenía su centro administrativo uno de los destinario de su producción, la yerbatera Martin y Cia. con la que supo hacer sus negocios. Quizás el departamento para su breve estadía haya sido conseguido mediante esa relación.

Es por eso que no encontramos en Rosario familiares de Ernesto, solo quedan las paredes de un coqueto departamento por donde pasó sus primeros días. Ni siquiera alguien que lo recuerde, que pueda describir su rostro mirando la ciudad que hoy le rinde un homenaje tan inmenso. Ni siquiera aprendió a hablar ni a caminar acá. Fue todo demasiado breve. Las raíces del Che no están en Rosario.

Hay historias que revelan su paso en 1950 por Rosario, a bordo de una bicicleta con motor y su gusto por Rosario Central, pero parecen anécdotas surgidas del imaginario popular. No existen registros contundentes sobre esas pequeños hechos que legitimarían su ciudadanía, solo el boca en boca le dio una veracidad a medias.

Pero el fanatismo e idolatría de algunos le otorga identidad rosarina, como si bastara nacer acá para adoptarlo para siempre. El “Che” se sentía argentino y nada más. Recordaba su país, pero no a Rosario. Pero también se sentía cubano.

Prefiero alejarlo de la adulación, de la adoración cuasi religiosa y del hombre sobrenatural que algunos prefieren ver. Quiero rescatar algunas historias que pueden atentar al mito, lo quiero bajar del pedestal y mostrarlo como uno de nosotros.

El guerrillero y el ser humano.

Fue una figura extraordinaria para su tiempo, pero sus métodos no los comparto. Es decir, no creo que las armas garanticen la libertad, ni los fusilamientos, ni los chicos armados, ni la justicia por mano propia. Las armas son un elemento de poder y de sometimiento. El Che tomó decisiones en sus guerras que terminaron con la vida de personas ajenas a ellas. Pero no era un sanguinario.

Estos procesos políticos violentos no son, a veces, tan violentos como el proceso que se intenta desestabilizar. Pero la sangre corre en ambos bandos.

Es precisamente ese aspecto el que lo desacredita en algunos círculos intelectuales. Lo acusan de diezmar a una generación por sus utopías mal calculadas y de abandonar a sus cinco hijos en búsqueda de otras revoluciones. El mito no permite estas apreciaciones.

Algunos entienden que fracasó en su intento de mejorar las condiciones económicas de Cuba, confió en Fidel Castro y su gobierno que lo traicionó. No pudo exportar la revolución a ningún otro país, abandonó en todos y murió en el último. Tampoco logró captar a otros comunistas en vida, aunque los reúne después de muerto. La leyenda se potencia con su muerte y la desaparición del cadáver. Cuba, finalmente, logró el héroe que no tenía.

Estas interpretaciones de su vida también rodean al mito. Resultan odiosas para aquellos que lo ven gigante, pero no comprenden que también fue un ser humano con aciertos y errores.

Fue su perspectiva revolucionaria la que le permitió alternar al combatiente con el funcionario en búsqueda de la transformación del mundo. Eran dos aspectos de la misma persona, la búsqueda de un sentido a su vida.

El otro Che.

Pero el otro Che, el dirigente, el intelectual, el organizador, el humanista y el constructor de un hombre nuevo, resulta menos difundido y menos espectacular que su lucha armada.

Es un Che que combate en el terreno de las ideas, que apunta con su dedo al capitalismo con valentía, que observa de manera magistral la realidad internacional de la segunda mitad del siglo XX y que cree que el imperialismo yanqui podía combatirse con el imperialismo ruso y chino.

Se transformó en el primer activista contra la globalización, que existía en su tiempo pero no tenía quien la defina. Creó una conciencia antiimperialista que persiste hasta hoy.

Pudo demostrar una gran capacidad política, pero en un gobierno que no devolvió hasta hoy las libertades mínimas a su gente. Supo, sí, diferenciarse de otros dirigentes por su humildad y poco apego al lujo y el dinero. Estudió en profundidad las políticas económicas y su efecto en los pueblos, buscó respuestas para transformar la realidad del subdesarrollo con producción, educación y trabajo. Fue generador de políticas que revolucionaron el socialismo, que no nacieron a través de la imposición sino de un debate intenso.

En los años que ocupó la escena mundial era la voz de los pueblos dominados por el imperialismo, el trato desigual que recibían de los organismos de crédito internacionales y de las multinacionales que hacían sus negocios sobornando a los gobiernos corruptos. Tenía razón. Pero las naciones comunistas no lo apoyaron. Fue un solitario luchando contra el capitalismo salvaje.

Puso en los oídos del mundo detalles de la siniestra política norteamericana. Pero no se conformó con denunciarlo, pensaba que había enfrentar ese avasallamiento con la guerrilla. Pensaba que los pueblos lo iban a acompañar en la gesta que les permita sacarlos de la opresión, pero no pudo repetir la experiencia cubana.

Cuando ya era una referencia mundial de la revolución de Cuba, intentó sin éxito trasladar su rebeldía a la Argentina, cuando gobernaba el radical Arturo Illia, un gobernante pacífico. Su pequeño grupo guerrillero asentado en Salta, sin Guevara que estaba en Cuba, pidió por carta la renuncia del presidente recientemente electo. No era el tiempo ni el momento. Fueron perseguidos y aniquilados por los militares argentinos. Luego, esos mismos militares destituirían a la democracia.

Podría haber vivido en Argentina sin demasiados sobresaltos por la posición económica de su familia, pero eligió los caminos de Latinoamérica, mezclarse con los pobres a los que les ofreció su capacidad de médico, entender la realidad de los excluídos e imaginar cómo cambiarla. Luchó por un mundo mejor, el que él tenía como ideal.

Su presencia, aspecto y estilo provocaron la atención del mundo que vieron en él al joven rebelde que muchos tenían dentro. Hasta sus fotos ayudaron a engrandecerlo. Hoy ese tratamiento lo reciben las figuras mediáticas, que crean personajes a la medida de los deseos ocultos de sus consumidores.

Murió en Bolivia intentando la revolución. No le asustaba el desafío de la muerte, transitó rumbo a ella en honor a sus ideas marxistas convencido de que ese era el camino. Lo hizo honestamente, sin doble discurso y sin intereses personales y allí radica un valor casi inhallable en otros protagonistas de la historia.

El ícono.

Jon Lee Anderson, periodista reconocido mundialmente, escribió , para muchos, la más importante biografía del “Che”. En un weblogs de Clarín es entrevistado sobre el fenómeno de su imagen:

 

 

http://weblogs.clarin.com/cronicas/archives/2006/10/habla_un_biografo_del_che.html

Meneses: ¿Crees que el Che llegó a tener conciencia de la trascendencia que seguiría teniendo a casi 40 años de su muerte?

Anderson: Como el Che mismo dijo, esperaba que si muriera, su sangre derramada nutriría el suelo de futuras revoluciones; esperaba el ser la chispa de la revolución “continental.” Eso fue una llamada retórica del Che, pero creo yo que fue sincero. El Che fue estudiante de la historia y entendía la fuerza y potencia de los “martirios heroicos”. Comprendía que si el moría en un modo consecuente con su dichos, tendría resonancia póstuma. Pero no creo que el Che jamás habría imaginado el consumismo globalizado de las ultimas décadas, ni que su imagen vendría a formar parte de aquello.

Meneses: La investigación que hiciste para su libro fue determinante para que, después de 30 años, por fin se pudiera encontrar su cuerpo ¿Es posible que esa falta del cuerpo ayudara a que creciera su mito, o nos ves relación?

Anderson: Sin duda, ayudo. Su desaparición resonó con la mitología antigua, lo cual llegó a todos nosotros de algún modo. Mientras se mantenía “desaparecido” era como si el fantasma del Che rondara sobre la historia de América Latina, una visión romántica y heroica. Su reaparición no solamente reabrió todo una historia oculta, y de procesos sociales truncados en un continente todavía en vía de encontrarse, sino sirvió simbólicamente para Cuba, y para gente de la izquierda, como la resurrección del ave fénix.Hasta me lo dijo – esto mismo – alguien muy cercano al Che en Cuba. Dijo que con la reaparición del Che, esperaban que su legado, renovado con las noticias, inspiraría nuevas generaciones.

Meneses: En esta serie tratamos de entender cómo un comandante de la revolución cubana llega a transformarse en un ícono de la cultura pop que aparece, por ejemplo, en publicidades de marcas como Converse ¿Tienes alguna interpretación de cómo, o por qué, se produce ese fenómeno?

Anderson: El fenómeno del Che-Chic existe en los países del “Primer Mundo”, es decir, de los países industrializados, en donde el Che representa algo ajeno a sus realidades (como lo fue estando él con vida) y donde el fetichismo y parafernalia del Che (poleras, relojes, pósteres, etc.) es más que todo una expresion cultural de retro-chic romántico, o exótico. Como lo sería, en menor grado, pues, Mao, o quizás inclusive figuras pop como Lennon. Coincide con el “fashion” de que Eres lo que Vistes. Pero en mucho del resto del  mundo, donde hay pobreza aguda, carencia de libertad política, social y económica y del estado de derecho, el Che sigue siendo un símbolo potente de rebelión y desafío del estatus quo, un héroe que apela a la emulación.

Meneses: ¿Y por qué dura?

Anderson: El Che dura como símbolo porque fue valiente, joven y representa el idealismo puro de los años sesenta perdidos. Y era guapo. Pero no solamente tuve el pelo largo e iba a Woodstock; fue un revolucionario de verdad: tenía pelo largo, firmaba los billetes con desdén con su apodo, Che. Además andaba con un fusíl, escribía poesía, decía las verdades que tenía que decir en el fuero público, y terminó muriendo buscando la Utopia. Es que, coincidan o no con sus ideas políticas, todo el mundo admira esas cualidades del Che. Y finalmente, esa foto de él, por Korda, reúne todos esos aspectos de él que acabo de mencionar, y los consagro de manera icónica, y para siempre.

La figura sobre el pedestal.

¿Cuál Che Guevara está en esa estatua? ¿El médico solidario y desinteresado, el guerrillero, el intelectual, el marxista, el que enfrenta al capitalismo?. Serán todos o ninguno, en función de quién lo observe con el interés de reducir esos cuatro metros de bronce a la estatura humana. Para algunos será solo el poster, la lámina bicolor con su rostro enérgico, una remera o una canción de gran poesía. Para otros alguien que no dudó en matar a quién no pensaba como él. Está quién lo ve como una referencia ideal: llegar a donde quiso sin impedimentos, decir y hacer lo que pensaba, sin dobleces.

Eduardo Galeano escribió: ¿Por qué será que el Che tiene esa peligrosa costumbre de seguir naciendo? Cuanto más lo insultan, lo manipulan, lo traiciona más nace. Él es el más nacedor de todos. ¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan porque no se conocen?.

 

Claudio Scabuzzo

La Terminal

Fuentes propias y de los siguientes textos consultados:

Che, la vida por un mundo mejor, por Pacho O´Donnell, Editorial Sudamericana

Che Guevara, el Hombre Nuevo, por Rodrigo Gices para Historia de América Latina, Centro Editor.

Los fracasos del Che Guevara, por Marcelo Gioffré, Diario La Nación 30 de junio de 2005.

Los mitos de la historia argentina, Felipe Pigna.